Prólogo
Me hace mucha gracia pensar en cómo
conocí a Emilio. Hacía tiempo que me había entrado en la cabeza la idea de
comprarme mi primera cámara, y me daba igual cual fuera: analógica o digital, instantánea
o desechable, ni siquiera sabía lo que estaba buscando, pero cualquier cosa me
valía con tal de huir de una mano pegada a un teléfono. Cuando entré en aquella
tienda, ese chico tan majo, que resultaba ser también fotógrafo, se armó de
paciencia conmigo, y, entre cliente y cliente que entraba, me guió aconsejándome
sobre cuál de ellas podría ser la mejor opción para mí. No solo salí de allí
con una cámara analógica chulísima (y bien alternativa) en la mano, si no con
la oferta de posar para él haciendo algo guay juntos.
Pasaron algunas semanas y por fin
quedamos. A medida que avanzaba el tiempo me iba soltando, y es que, a partir
de la primera Polaroid, la cosa fue rodada. Fue justo entonces cuando me contó
que muchas veces le gustaba que la otra persona se abriese y hablara sobre si
mismo mientras él le fotografiaba.
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No siempre fue fácil, pero lo
cierto es que, ahora más que nunca, me doy cuenta de la suerte que tengo. Me
siento libre de amar a quien quiera, aunque eso no lo solucione todo para nada.
Tal vez me pase lo que le pasa a mucha gente, que se entrega demasiado por
alguien que, en un momento dado, llega a convertirse en una pura idealización
de la realidad. A veces la atracción supera a lo tierno, pero hasta ahora he
logrado mantenerme fiel a mí mismo sin dar a nadie más de lo que me apetece o
se merecen. Me gusta pensar que algún
día llegará la persona adecuada, pero, mientras tanto, me repito a mí mismo que
yo solo puedo hacerme feliz. Ya sea haciendo fotos, dibujando, cantando con el
vaho en la ducha, preparándome mi plato favorito o diciéndole a mi madre que la
quiero, sin esperar que nadie me vaya a completar o ser la solución a todos mis
problemas. Creo firmemente en lo siguiente:
muy fan & muchísima razón gonchi!!��
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